Nos vemos cada mañana; tú comienzas tu día y yo vuelvo del trabajo. Yo, como no me gustan las rutinas, me siento cada día en un asiento, me cambio de vagón. Y tú, tú siempre me sigues. Unas veces te sientas en frente mía, y te quitas los cascos al saludarme quizá porque te apetece hablar un rato, amenizándonos así el trayecto. Te veo de reojo buscar el momento de empezar a hablar, pero los nervios me hacen hacerme la tonta y evitar la conversación. Otras veces, supongo que cansado de que maneje este juego a mi antojo, te cambias de lugar, a unos asientos de distancia (como hoy, justo cuando estaba lanzada a hablarte); pero siempre estás ahí, pase lo que pase, dispuesto a despedirte hasta el día siguiente antes de bajarte, dispuesto a darme los buenos días.
Siento ser tan antipática a veces, sacando mi libro del bolso, o esquivando la mirada, haciendo así que te pongas de nuevo los cascos; pero bastó una conversación para que supieras demasiado de mí, y a mí me entró un miedo extraño, miedo a seguir contándote cosas, miedo a saber de tí para luego marcharme a otra ciudad.
Pronto dejaremos de cruzarnos cada día, y ni siquiera llegarás a leer ésto. Aún así te doy las gracias, gracias por haber estado ahí, en las mañanas de Barcelona... Siento no habernos dicho hasta pronto... Qué vaya bien!
jueves, 28 de agosto de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario